EL NOVICIADO COMBONIANO: TIEMPO DE ENCUENTROS PROFUNDOS
Cuando un(a)
joven pide ingresar a un Instituto religioso entra en una escuela de
crecimiento humano y espiritual que le permite afinarse a sí mismo como persona
y degustar a mayor profundidad su mundo espiritual. En el Instituto de los
Misioneros y Misioneras Combonianos esto implica además una primera experiencia
con lo misionero y con eso que llamamos “comboniano”.
Lo que aquí
deseo compartirte son algunas vivencias de un grupo de jóvenes que habiendo
terminado esa etapa inicial se han embarcado en otra nueva que les ha marcado
mucho en su búsqueda de felicidad y en su deseo de ser instrumentos valiosos de
Dios en medio del pueblo. Ellas son 9 jóvenes que ahora se encuentran
realizando su experiencia de noviciado como preparación para una vida misionera
comboniana en el mundo. Vienen de Perú, Ecuador, Brasil y El Salvador. Ellas
son hijas de este mundo moderno, globalizado, cambiante, de una sociedad llena
de ofertas “mundanas” pero al mismo tiempo mantienen su sed de trascendencia y
siguen buscando encuentros profundos con el otro, especialmente con el pobre.
Por eso llegan con sus miedos pero también con sus sueños y sus dones.
Un tiempo nuevo
Entrar al
noviciado significó para estas jóvenes experimentar cosas por vez primera: “fue cuando salí por primera vez de mi
país”, “fue encontrar nuevas hermanas que no había conocido antes”, “significó
extrañar mis comidas preferidas, mis amigos, mi lengua materna”, “empecé a
conocer mejor quien es San Daniel Comboni”, “en el noviciado empecé a conocer
el amor misericordioso de Dios”, “me ha cambiado el ritmo de vida pues yo vivía
muy agitada entre el trabajo, estudios, familia
y actividades en la Iglesia”, “me ha ayudado a vivir más centrada, mas
integrada”
Para conocer
la novedad de Dios en nuestras vidas es necesario salir no solo de un lugar físico sino también de nuestros egos
adorados. Implica conocer nuevos
compañeros de camino y descubrir que juntos habíamos sido llamados desde
contextos e historias distintos y de repente caminamos juntos entusiasmados por
un mismo ideal. El noviciado invita a encontrar aquellos modelos que inspiraran siempre nuestra vida como consagrados y como
combonianos, en especial a Jesucristo y a San Daniel Comboni. Es ante todo un
tiempo para ser auténtico consagrado,
auténtico misionero y autentico comboniano.
Un tiempo de Dios
En el
noviciado la dimensión espiritual se convierte en uno de los centros de
atención, de cuidado y de celebración. Así nos lo dicen nuestras novicias: “He visto como el Espíritu Santo trabaja en
nosotras y nos conduce a la unidad”, “este tiempo me ha ayudado a experimentar
como Dios actúa cada día en mi vida y me habla y me conduce por medio de su
Palabra”, “a través de la oración y el discernimiento me ha permitido responder
con libertad al Señor”, “a través de una experiencia con los desplazados en
Bogotá y de experimentar mi impotencia para ayudarlos reforcé el sentido de
confianza en Dios y de la oración”, “me ayuda a cultivar el silencio en mi
interior y a través de la oración me hace sensible al actuar de Dios en la
historia y en mi vida”, “me capacita para educar mi mente, mi corazón y mi
voluntad para una vida de misión y para confirmar mi “si” al Señor”, “es en el silencio de la oración diaria donde
recibo fuerzas para superar los conflictos, donde me siento cuestionada, donde
crezco en amistad con Jesús, razón única de mi entrega”.
Un tiempo para la fraternidad
En el mundo
moderno tan marcado por individualismos aplastantes y una masiva
“tecnologizacion” de las relaciones humanas donde los aparatos se convierten en
nuestro altar de devoción estas novicias nos comparten la alegría del encuentro
con el otro, del compartir alrededor de la comida, del deporte, de la fiesta: “he crecido como persona en el encuentro con
mis hermanas, en la alegría, la amistad, el cariño, el acompañamiento en los
momentos difíciles, también en el trabajo en equipo donde cada una aporta según
sus dones y capacidades”, “no siendo fácil vivir con hermanas de otras culturas
aprendí a conocer y aceptar las diversidades y empecé a ver el gran valor de
las culturas y la actuación de Dios en la diversidad como parte de mi carisma”.
Nosotros
vivimos en comunidades donde compartimos nuestra vida con otros hermanos. Es un
desafío y no es fácil. Los apóstoles venían de edades y oficios muy distintos
pero lo lograron por que los unía el ideal del Maestro. Hoy es posible cuando
también nos abrimos al don del otro. Hoy nuestras comunidades son un signo de
protesta a ese slogan tan marcado de nuestra cultura de “sálvese quien pueda”. Es claro
entonces que estas jóvenes son como todos los jóvenes de este tiempo: temerosos
y soñadores pero capaces de asumir riesgos y ellas lo han hecho por lo que les
da sentido: ser de Dios y ser para los últimos de la tierra que
también son seres humanos e hijos de Dios. Por eso les dejo con las palabras de
una de ellas que bien refleja su felicidad más profunda: “Soy testigo de lo que Dios puede hacer por nosotros por puro amor. Él
dio sentido a mi vida que era tan vacía y triste. Sentirme amada y llamada a
vivir con Él me ha hecho capaz de creer en mí y creer que Él puede hacer obras
grandes en mí, más allá de mis limitaciones y mi pobreza. A Él gracias por no
dejar caer la obra de sus manos”.
Padre Luis Alfredo Pulido
Alvarado, MCCJ